Historia Inspirada: Asombro en el Salar de Uyuni.
- Jorbi Legón
- 27 ene
- 3 Min. de lectura

A UN PASO DEL TODO
Historia inspirada por Iramar Castellanos
Me mantuve despierto toda la noche. Mis manos y mi frente me mostraban el nerviosismo que sentía por dentro, dejando que el sudor recorriese sus superficies. Recordaba el arduo trabajo que me costó llegar a cumplir ese objetivo, y que, a pesar de estar a punto de ir al sitio que me mostraría lo que había descubierto, el mérito también era de mis padres por haberme apoyado e incentivado a mantener mi visión. No pude conciliar el sueño, pensando en como resultaría comenzar con la experiencia desde la primera hora de la mañana. Cerré los ojos después de ver la hora en el reloj, que estaba sobre la mesita de noche a un lado mi cama.
Un sonido agudo y repetitivo no dejaba de llamar mi atención. Abrí los ojos tan rápido que no recordaba haberme quedado dormido. Eran aun las seis de la mañana. Me levanté rápido para comenzar a alistarme. Me puse mis vaqueros favoritos, junto con la camisa a cuadros que me había regalado mi madre en mi cumpleaños número veinte tres. Mis zapatos no estaban tan limpios como hubiese deseado, pero para mis ojos estaban más que aceptables. Recogí las hojas que había estado garabateando el día anterior, y las metí en mi portafolios negro. Decidí prepararme un café y tostar una rebanada de pan a la que le untaría un poco de mermelada. Bebí un sorbo de la tasa negra con la foto de mis padres, y le di un mordisco a la tostada por el lado que tenía más mermelada. Se hicieron las siete treinta, mientras el sonido del pito de un auto, entraba por la ventana. Salí del departamento, y bajé las escaleras con prisa tratando de recordar si algo me faltaba. Abajo estaba el auto que me llevaría al aeropuerto.
Cuando llegamos al complejo donde recogeríamos a Violeta, me di cuenta de que el sol estaba especialmente radiante. El cielo estaba muy despejado, sin una nube que pudiese entorpecer la vista. Violeta apareció en la distancia, a través del parabrisas del auto. Llegó hasta la puerta, y la abrió rápidamente, saludándome. Siempre disfrutaba estar con ella. Su aroma a flores de verano era muy agradable de percibir, por lo que agradecía que fuese mi compañera en aquel proyecto en el que habíamos trabajado tanto tiempo. El auto se puso en marcha, y en poco tiempo estábamos en la carretera principal camino al aeropuerto de la ciudad para tomar el vuelo que nos estaba esperando. Al llegar, el supervisor del proyecto nos recibió con una sonrisa orgullosa. Había llegado el día en que por fin probaríamos nuestro experimento. Violeta fue la primera en pasar el control, y luego fui yo quien la siguió hasta el pasillo donde esperaríamos para abordar. Atravesamos una puerta metálica, y estuvimos a pocos metros de la avioneta que nos esperaba. Subimos en ella, y al poco tiempo el piloto encendió el motor para preparar el despegue. No hubo tiempo para sentir nervios.
Sentí como el motor hacía vibrar el fuselaje del avión, mientras se movía hasta estar en medio de la pista. Comenzó a avanzar, y el sonido de los motores nos obligó a usar unos audífonos grandes que suprimían el ruido. Al poco tiempo estuvimos en el aire. La ciudad comenzó a verse muy pequeña, y no pude distinguir nada mientras volábamos. Supuse que era más por los nervios, que por falta de visión. Inmediatamente comenzamos a ver el salar. Ahí estaba el lugar indicado para realizar el experimento. Según nuestros cálculos, el aparato que estaba montado en el avión, tenía la capacidad de captar la energía producida por el reflejo del salar y la incidencia de la luz del sol. Era como un faro capaz de retener gran energía en poco tiempo. Violeta se apresuró y presionó el botón que activaba la máquina. El avión comenzó a vibrar más que antes, y la lectura en la pantalla de la máquina, indicaba que la energía estaba aumentando. Me sentí extraño.
Noté como el avión comenzaba a ser envuelto por un campo eléctrico. Miré por la ventana, y en el suelo nuestro reflejo perfecto se veía con claridad. Por encima el cielo despejado nos mostraba un azul profundo como nunca lo había visto. Me acerqué a la máquina, y fue entonces que le dije a Violeta la verdadera función del aparato. Presioné un segundo botón cuando el medidor alcanzó el tope, mientras el avión comenzaba a descender súbitamente. El piloto gritaba algo que no entendimos. Cuando estuvimos a pocos metros del suelo, la máquina hizo un sonido chirriante, y en aquel reflejo perfecto, el tiempo se había doblado. Me di cuenta con asombro, que había funcionado cuando fui testigo del infinito.
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