Historia Inspirada: Amor en la playa.
- Jorbi Legón
- 25 ene
- 4 Min. de lectura
Actualizado: 26 ene

CÁLIDO ENCUENTRO
Historia inspirada por Joselin Legón
Me gustaba mucho sentir la arena entre mis dedos. Cuando llegaba a la playa, me quitaba los zapatos inmediatamente, y los dejaba en el maletero del auto junto a mi ropa. Tomaba mis gafas de sol, y las colocaba sobre mi cabeza mientras me dirigía hasta esa parte de arena donde suelen alquilar sillas. Me gustaba usar mi bañador naranja para sentirme más seguro. Aquel día, llegué antes que nadie a las sillas, donde tuve la oportunidad de sentarme en una de la primera fila. Sentía la arena fría bajo mis pies, meterse entre los dedos para acariciarlos. Me recosté sobre el espaldar, y bajé las gafas hasta mis ojos para que el sol no me diese de lleno. Traté de relajarme mientras algunos niños jugueteaban en la orilla. Decidí esperar hasta que el sol estuviese golpeando con sus rayos más calientes, los granos de arena.
Me gustaba perderme en el olor a agua salda. Mi mente se dejaba llevar por la sensación de relajación que me producía estar escuchando el oleaje mientras mantenía los ojos cerrados, haciendo a mi mente viajar entre los recuerdos. Decidí ir por una bebida en el edificio donde estaban los puestos comerciales. A pesar de que no llevaba nada de valor, no me gustaba dejar mis cosas sin supervisión en aquellas sillas. Por lo que me arriesgue a perder mi puesto en la primera fila, cargando mi pequeña mochila en los hombros. Sentí el cambio de temperatura y textura, cuando mis pies dejaron de percibir la fina arena, para estamparse con la madera áspera en el suelo del área comercial. Me mantuve calmado mientras me dirigía a la barra de la tienda de bebidas, tratando de decidir cuál de ellas compraría.
Hay momentos donde no puedes hacer más que dejarte llevar por lo que tu corazón dice, pero a veces el corazón no sabe que decir, y es entonces que no puedes ser capaz de articular el cuerpo con las emociones. Cuando estuve en la barra, me di cuenta que al final de las bancas, estaba sentada una chica de cabello ondulado, que se escondía tras un libro. El barista me miro para preguntarme que deseaba beber, pero no logré entender su pregunta mientras detallaba las gafas de color negro que adornaban los ojos de aquella chica. Debí haber parecido un tonto, porque cuando ella se dio cuenta, me giré bruscamente haciendo parecer que hablaba con el hombre al otro lado de la barra. Me sentí apenado, pero después de haber ordenado una bebida granizada, me esforcé por no ser tan obvio cuando miré nuevamente por el rabillo del ojo, en la dirección de la chica. Me encontré con sus ojos mirándome directamente. Mi corazón dio un vuelco, y casi tiro el vaso al suelo.
Me quedé un rato sentado en el lugar, haciendo tiempo suficiente para tratar de acercarme. Sentí miedo. Nunca antes me había acercado a una chica, y menos a una tan hermosa. Recordé las veces que me había propuesto ir al gimnasio para tratar de estar en forma, y lamenté no haberlo hecho. Me di cuenta de que la chica estaba por levantarse, y en mi interior surgió el impulso de acercarme, pero mi cuerpo no respondió. La miré nuevamente con disimulo, y ella sonrió mientras dejaba su asiento. Me armé de valor, y me volví para tratar de hablarle. Un hombre alto y musculoso se acercó a ella para tratar de invitarla a algún sitio. Me detuve de inmediato. Mis manos comenzaron a sudar, y a pesar de la decepción, tuve una extraña sensación de alivio. Pensé que una chica como esa no saldría con un hombre gordo como yo. Noté que el hombre estaba muy insistente, mientras ella se negaba a seguirlo. Cuando estuve a punto de irme, vi de reojo que él la había tomado de la muñeca con fuerza. Me volví y lo enfrenté, y el resultado fue el esperado. Aquel hombre me golpeó y se fue cuando se dio cuenta que la gente lo miraba. Me sentí abatido.
En ocasiones, un acto de valentía puede ser el combustible perfecto para encender el amor. Recuerdo que la chica se acercó hasta donde estaba en el suelo, se agachó para tratar de limpiar la sangre de mi boca. No recuerdo haber sentido dolor, mientras observaba como sus ojos se iluminaban como las estrellas en el crepúsculo. Ella me tendí su mano, y me ayudó a poner de pie, pero en ese instante, mi corazón sentía que se alzaba entre las nubes mientras todo lo demás se hacía cada vez más pequeño. Miré su sonrisa, y de sus palabras lo único que pude entender fue su nombre: Margott. Me sentí afortunado. Me invitó a tomar una malteada juntos, y fue entonces que pude articular palara para decirle mi nombre. Ella sonrió de la forma más dulce que jamás había visto, y en ese instante mi cabeza entendió lo que mi corazón estaba gritando. Me había enamorado.
Comments